jueves, 5 de marzo de 2009

Una tradición renovada para el turismo


Una tradición renovada para el turismoEn Calilegua, un árbol marca el territorio de las ofrendas y los rituales para la comunidad guaraní.
Por Susana Reinoso

TILCARA, Jujuy.- Este pequeño pueblo de la Quebrada de Humahuaca parece una babel por estos días. Se oye hablar en francés, inglés, italiano y español con varios acentos. Menos en quechua, lengua aborigen que se pierde irremediablemente en este paisaje cultural de la Humanidad, el único de América latina, desde 2003.

Es el desentierro de los diablos y diablas, o "Diablada" del Carnaval que concentra a más de 10.000 personas en una aldea de proporciones reducidas. En todos los barrios y pueblitos de la Quebrada las banderas de colores y las multitudes en procesión indican a los turistas que un momento después habrá fiesta en el lugar.

Literalmente, de los pozos que se abren bajo la apacheta (un conjunto de ramas y piedras) que indica el lugar del mojón carnavaleño, se extraen unos muñecos que representan a el comienzo de una fiesta marcada por la liberación total de la energía.

La albahaca es la fragancia de la celebración. Y la fusión de las costumbres aborígenes y las que dejó la "conquista española", como todavía se la llama en esta tierra, es clave para entender que durante una semana se desentierren diablos para perder el control y antes de Semana Santa, la gente en multitud suba a los cerros, para bajar el dìa siguiente con la Virgen de Punta Corral a cuestas, como quien pide perdón por los excesos cometidos en Carnaval.

Cajas, erquenchos y redoblones suenan en cada punto de los màs de 5000 kilómetros cuadrados de este escenario natural extraordinario, el diez por ciento de la geografía jujeña, que desde su declaración por la UNESCO en 2003 se ha ido colmando de extranjeros deseosos de quedarse con un pedazo de un paisaje de belleza inenarrable.

Tanto así que una de las deudas derivadas de su declaración como paisaje cultural es que sus beneficios no le llegan a las comunidades locales.
Los inversores llegan de afuera, pero son los lugareños los que pueden darle un desarrollo sostenible a su propia cultura. Porque la viven y la conocen.

La senadora Liliana Fellner fue la cabeza perserverante del equipo que, en 2001, en medio de la crisis institucional de la Argentina, llevó adelante la candidatura de la Quebrada de Humahuaca. Y dice que este paisaje precisa una gestión diferente, para que todos los emprendimientos culturales que en èl se hagan puedan derramar sus beneficios sobre los lugareños.
Lo cierto es que, cuando se compara a las comunidades locales con otras que, en países europeos, han sabido gestionar racionalmente sus culturas y sus lenguas, no se comprende que, con semejante patrimonio inmaterial, cuya riqueza es apreciada por el turismo que llega hasta aquí precisamente para el Carnaval, la población local no pueda disfrutar de mayores beneficios sociales y económicos.

Si algo distingue a Jujuy de otras provincias de la precordillera es que aquí han convergido en los últimos siglos, pueblos aborígenes autóctonos, los incas y los españoles. Todo ha dejado una fusión extraordinaria, buena parte de la cual se ha sostenido en la transmisión oral.
Eduardo Escobar, concejal de Tilcara, un experto en la historia del carnaval dice: "Esta es una celebración con un sentido mistico. Nosotros vivimos por tiempos. Este es el tiempo de cumplir con los diablos, que tanto como te dan, te quitan. Hay que darse a la alegría y a compartir. A este tiempo de desenfreno, le llega luego el de la penitencia". Aclara que esta Diablada tiene un sentido diferente al que le atribuye la Iglesia Católica.

Los turistas extranjeros no les pierden pisada a las copleras tilcareñas, que con atuendos inconfundibles de los collas, desgranan sus penas y sus alegrìas en versos acompañados de percusión. "Es una manera de diversión y también de mantener viva nuestra tradición", dicen Indalecia Alvarez, Serafina Sajama, Rufina Cari y Matilde Choque.

Y agregan, con humor, que en este asunto de compartir, durante una semana los maridos y las mujeres tienen que dejar también de lado los celos.


Versiones del Carnaval

Lo sorprendente de Jujuy es que registra tantas tradiciones de Carnaval como regiones. La Puna, cuyo hombre es màs lento y contemplativo, a raìz del paisaje desolado y abrasador en verano, lo celebra de manera distinta a la Quebrada.
"En La Quiaca hay bandoneón, por ejemplo, pero no hay orquesta. Y el hombre puneño desentierra el carnaval entre lunes y martes. Toca la caja, pero anda a caballo", dice la senadora Fellner.

Cada mojòn es la señal de las fiestas preparadas en los 5000 km cuadrados de la Quebrada. Y a lo largo de los cerros ?poblados de sitios arqueológicos sin catalogar todavía- se corre la voz, dando el santo y seña de la hora de inicio de la fiesta.

Como en Calilegua, aquí también los hombres y las mujeres coquean para soportar las largas jornadas de fiesta.
En una semana, Tilcara, Purmamarca, Maimará, Humahuaca, por nombrar los pueblos más reconocidos de la Quebrada, verán circular a los diablos y las diablas llorando. Se acaba el Carnaval. La gente los despide con frutas para aliviarles la partida y acompañarlos al entierro del que resucitarán en un año.

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